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24 de enero de 2011

Más nuestros y menos de otros.

Se despierta temprano entre las sombras de la madrugada, ya acabada. Los punzantes alfileres de acuoso cristal erosionan aún sus ojos hinchados. El mal tiempo azota en el ático de los más debastadores pensamientos, y en lugar de vislumbrar una clara alternativa, las persianas ya cansadas se despiden de un día feroz aun más que el anterior.

El agua cae afilada por su garganta, y acaba por dar muerte a todos los resquicios de sed que le quedaban. El frío coge sus pies con manos de hierro, sin dejar tiempo a reaccionar y clavándola aun más en el suelo. Logra desacerse del metálico frío de su cuerpo con un gran chaquetón de lana, resguarda sus pies en unas botas, y sin más meditación, sale y se enfrenta al temporal.

Ojos tímidos la observan desde multitud de puntos diferentes. Miran como camina, de un lado para otro sin razón ninguna, y finalmente, como se vence ante la lluvia, abriendo los brazos para ella, y dejando que llegue hasta el más profundo interior de sus huesos. Roe las gotas de lluvia su alma, como sus lágrimas, quienes vuelven a bañar de nuevo su rostro.

Vuelve. Se desnuda sin pudor, y tras algunos minutos, logra reconciliarse con su mundo, se deshace del frío, del tormento y consigue dormir.

La mañana no varía demasiado. Los niños se empujan unos a otros dentro del autobús, la lluvia sigue obligando a la gente a coger sus paraguas, y el frío a sacar ya la ropa de abrigo. No hay piedad para nadie en este inmenso mar de cambios. La tempestad acecha en cualquier esquina, y hay que ir bien protegidos contra ella.

Se fija entonces en su reflejo, nada interesante, pues evita volver a encontrarse con esa imagen. El tiempo es triste, el tiempo es sucio, es invernal, el tiempo obliga aprotegernos en nosotros mismo del frío, y nos hace menos naturales. El dolor, nos hace más nuestros, y menos de otros.

Los malos momentos nos hacen más fuertes.

Los malos momentos nos sirven de lección.



Es cruel, nunca lo negaré, pero sufrid, llorad hasta morir del dolor que ciña vuestra garganta, enfadaros con vosotros mismos, gritad sin presión, arañar las entrañas de vuestro mundo hasta que caigan sus pedazos en vuestras manos.

Es cruel, nunca lo negaré, pero todo el sufrimiento sufrido nos hace poseer la posibilidad de saber que es realmente la felicidad, nos hace darnos cuenta de lo maravillosos que resultan los pequeños detalles, los más inesperados, los nunca buscados y que sin razón ni lógica llegan a nosotros y nos devuelven toda la esperanza que habíamos creído perdida.

El dolor provoca heridas, y a su vez en un futuro, hace posible la felicidad, cuya aparición amortigua las heridas, y las cura con el tiempo.

El dolor hace posible que seamos capaces de valorar la felicidad cuando ésta aparece de pronto en nuestro camino, y nos deja respirar.