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20 de julio de 2010

El reencuentro

El mar estaba en calma, las olas espumosas, como de costumbre, no se precipitaban feroces robando toda la arena a su paso. El sol se escondía tras las nubes algo tímido, mientras que la dorada arena, a medida que mis pies avanzaban sobre ella, se enroscaba entre mis dedos cautos y sigilosos en el silencio de la tarde. La brisa marina de intenso olor salado, hacia bailar mi pelo y en aquella tarde de primavera, ya casi acercándose al verano, los muros del paseo marítimo no soportaban el peso de los muchos paseantes como hacían años atrás por aquellas fechas.
Aun podía oír el bullicio de mis antiguos compañeros celebrando nuestro reencuentro después de veinte años, cada vez más alejados de mí. Todavía lograba recordar lo graciosas que parecían algunas clases, los innovadores deportes como el judo o el rugby en el último curso en el que había educación física, lo divertido que nos resultaba a Natalia y a mí el hacer de rabiar a Dani, o el continuo "Marcos ¿me dejas las tijeras?", para cortarnos las puntas mientras aprendíamos los riesgos que puede tener el vivir cerca de un volcán; la intriga que tenían algunas por ver una reconstrucción a tamaño pequeño de lo que sería una aldea romana, todo ello colocado encima de una estantería con una inmensa mota de polvo de muchos años atrás, la insufrible séptima hora que nos robaba parte de la vida cada miércoles, los nuevos alumnos que precipitaban novedad sobre nosotros, el primero de ellos uruguayo y el segundo húngaro, ambos con la misma pasión por el deporte de primera, el fútbol, los debates en filosofía sobre si existía o no la conciencia, la eterna y diaria pregunta "¿hay algo de latín?" cuando siempre había algo para traducir, o la continua lucha por quitar el candado de la ventana que nos condenaba al calor humano concentrado en el aula, todo ello en aquel maravilloso dos mil diez. Recordábamos con nostalgia todos aquellos inolvidables días, que pese a resultar en ocasiones apagados, monótonos y agotadores, en ellos aun éramos del todo libres, éramos del todo jóvenes.
Resultaba extraño ver a mis antiguos compañeros vestidos de traje, y a algunas compañeras enseñando su alianza en señal de matrimonio, siendo responsables de sus vidas con entera confianza en sí mismos. Pero había que aceptarlo. El tiempo había transcurrido imparable sobre nuestras vidas, los años comenzaban a dejar huella sobre nuestra piel y no había posibilidad alguna de retroceder en el tiempo para reencontrarnos con la juventud y con la libertad, con un futuro aun incierto, y pudiendo elegir el camino a seguir. Sin embargo, recordarlo arrojaba luz sobre nuestro corazón, arrojaba esperanza sobre nuestras vidas.
Después de aquella tarde-noche de recuerdos e intensas emociones por el reencuentro, la locura del ambiente me había hecho decidirme a separarme un poco del ajetreo e ir a disfrutar de algo de soledad teniendo como horizonte a La Peñona, de la cual solo quedaba a la vista la zona explanada de las banderas y los rectángulos con figuras metálicas en el interior, puesto que el mirador, el puente, el busto, y todo lo demás, se lo había ido tragando el mar. No parecía la única con ganas de despejar la mente de aquel lugar. Conservaba su melena castaño claro, bien cuidada, y aun caía lisa y en pico por su espalda; las caderas seguían definiendo su figura, provocando bonitas curvas a su paso, sus piernas eran igual de kilométricas, algo que siempre había dado la sensación de que era aun más alta de lo que ya era. Me posicioné a su lado y la observé mejor. Sus ojos, aun teñidos por la miel, miraban al fin del mundo, transmitían la misma tranquilidad y alegría de siempre, su rostro había cambiado y era distinto, su piel no tenía ni rastro de las marcas por el acné que ella tanto había odiado, ahora era perfectamente lisa, de un tono canela muy suave, y representaba el claro ejemplo de seguridad que uno tiene sobre sí mismo. Su sonrisa se había ido apagando con los años, pero aun brillaba con intensidad y locura.
- Han pasado tantos años... teníamos toda la vida por delante. - comenzó ella con su voz adulta después de veinte largos años.
-Sí, han pasado algunos, pero aun la seguimos teniendo delante. Nuestra vida no ha hecho más que empezar. Nos quedan aun muchos más para seguir disfrutando de ella.
- A veces sonrío recordando las tonterías que nos contábamos sobre los chicos. Lo hartas que estábamos de algunos y la locura que nos provocaban otros.
- Sí, es cierto. Pero por fin hemos encontrado una estabilidad, propia de la madurez y la cordura.
- Conociéndote seguro que esa estabilidad se está agotando... - rió divertida.
- Creo haber oído como huía la tuya de tu cuerpo.
- ¿Aún sigues escribiendo?
- Siempre. ¿No me digas que aun...
- Sí, sigues con tus desvaríos... propios de tu evidente locura. - su risa alegre hizo estremecer de vida la playa.
- Vaya, pensé que con los años estaba consiguiendo dominarlos y evitar por completo mostrarlos en público, pero ya veo que mis esfuerzos han sido en balde.
Sentí el roce de una suave mano sobre mi pierna derecha, y de inmediato como alguien tiraba de mi vestido hacía bajo en señal de atención. Inmediatamente supe quien era.
- He de presentarte a alguien. - Levanté con cariño al propietario de los tirones de mi vestido, le besé en la mejilla y le mantuve entre mis brazos. - Te presento a Ángel, mi hijo. - Se escondió tímido entre mi pelo, pero no tardó en volver el rostro para observar a aquella mujer con sus enormes ojos café. Sus rizos castaño oscuros giraban entre sus dedos, y con tan solo tres dientes, le regaló una encantadora sonrisa.
- Está muy claro a quien ha salido. Tus ojos, y tú sonrisa pueden verse claramente en su rostro angelical. ¿Cuántos años tiene?
- Tres, aunque parece algo mayor.
Mantuvimos una larga conversación que se centró en todos los acontecimientos que habían ido sucediendo y habían tenido lugar durante aquellos veinte años. Le intenté resumir mi vida, puesto que era mucho tiempo y yo aun no había perdido la agradable costumbre de irme por las ramas. Había acabado con éxito el conservatorio, incluyendo el grado superior, y también había estudiado magisterio musical. Trabajaba de forma momentánea en un colegio de primaria a las afueras de Gijón, mientras esperaba por la confirmación de un puesto de trabajo en el conservatorio superior de Oviedo, sin embargo, y pese a volver a estar en mi tierra natal, había tenido que trabajar fuera, como por ejemplo en Madrid o Valencia. Habían pasado ocho años desde que me había casado, y dos desde que había nacido Ángel. Después de un largo rato hablando, y con Ángel ya dormido sobre mis brazos, nos acercamos de nuevo a la locura que había provocado aquel casual encuentro de ex compañeros de instituto. Me fui despidiendo de cada uno, y entregándoles mi nueva dirección de correo electrónico para seguir en contacto de alguna manera.
Era cierto que habían pasado largos años de esfuerzo, de trabajo y de distancia, pero de alguna manera éramos los mismos de siempre. Solo había cambiado nuestro aspecto, y los puntos de vista y reflexión sobre las cosas debido a nuestra completa madurez, pero seguíamos recordándonos con cariños entre nuestra ya formada familia, o en los viajes de negocios. Y mientras recordábamos todos los momentos vividos con nostalgia, la juventud volvía a recorrer nuestro cuerpo para hacernos sentir vivos de nuevo, para derrochar locura en una noche dedicada a los recuerdos y vivencias que teníamos de aquel desteñido dos mil diez, que tanto, como todos los otros, había influido en nuestra vida.






14 de julio de 2010

La felicidad

La felicidad, esa escasa compañera. Que de vez en cuando nos coge de la mano, nos llena el corazón de sensaciones indescriptibles, de maravillas, de magía que no podemos ver con nuestros ojos, ciegos completos de lo verdadero, de lo sencillo y lo verdaderamente hermoso.


La felicidad, cuya vida es corta y pretende alcanzar a todo el mundo sin a veces conseguirlo. Tiene tanto trabajo... Somo tantas las personas que la añoramos, que ya no sabe como hacer para ser más veloz, para rozarnos con su pureza y suavidad, como una pluma que acaricia nuestra piel, lenta, delicada, dulce, y alegre, pero siempre breve.
La felicidad, ese síntoma de locura, ese síntoma de amor, de alegría infinita pero efímera, de despreocupación, porque solo quieres disfrutarla, quieres adorarla el tiempo que puedas porque sabes que en cualquier momento desaparecerá.
La que te hace llorar hasta quemar como el desierto sin ni si quiera saber el porqué, pero sintiendote muy bien, disfrutando de las lágrimas como si más vida te proporcionasen al saborearlas, y acariciarlas con la lengua acostumbrada a lágrimas saladas y agrias.
Y esa sensación de libertad, de que todo el mundo es tuyo para exprimirlo al máximo posible, hasta hacerle sangrar por la satisfacción que la felicidad le provoca, estremecerse por la locura de la vida. Por lo maravillosa que puede llegar a resultar en algunos momentos de la vida.
La felicidad. Pero ¿quién es capaz, quiés es tan osado como para odiar la felicidad?
La felicidad de ser amado, ser escuchado, ser comprendido, ser recordado, ser admirado, ser honesto, ser educado, ser hablado, ser mirado, ser acariciado, ser saboreado...
Entonces... ¿Qué es la felicidad?

La felicidad son tantas cosas... puede adaptar tantas formas...

La felicidad:

Un beso robado.
Un cálido abrazo.
Una dulce lágrima, (y digo dulce, porque es de felicidad).
Una mirada secreta.
El roce de unas manos.
La caricia de la brisa marina.
Hermoso atardecer de Agosto.
Amapola lenta sobre la piel morena.
Lluvia de sol.
El dulce nectar del amor que baña los cuerpos desnudos.
La eternidad de ese sentimiento llamado amor.
O tambié puede...
Sí, la forma más bonita y hermosa que puede adoptar es:

Un bello ángel, encantador, cautivador, que llegó un día sin previo aviso, me robó un beso, me dio un cálido abrazo, provocó una dulce lágrima, todo miradas secretas, el roce de nuestras manos, la caricia de la brisa marina , el hermoso atardecer de Agosto que bañó nuestros rostros, una amapola con la que recorría mi piel morena, la lluvia de sol sobre mi pelo, el dulce nectar de amor que bañaba nuestros cuerpos desnudos, y la deseada eternidad para ese sentimientos nuestro, llamado amor, tan hermoso y cautivador como su creador...

Que sin previo aviso se arrancó del pecho la felicidad y la enterró en mi corazón.