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28 de abril de 2011

El amor que elije es ciego.



El vestido ceñido le cortaba la respiración y se enroscaba entre sus pies, sin embargo no perdía la compostura en ningún momento. El gran baile comenzaría en escasos minutos y debía de estar en su puesto, guardando la esperanza de que algún buen hombre se le acercase para bailar, y si diese lugar, ser finalmente su esposa.

No tenía por costumbre tomar de la mano a la fortuna, y aun menos el amor de un hombre desconocido para ella. Se limitaba a pasar los bailes entre manos extrañas que por un momento la hacían danzar y olvidarse del verdadero motivo de estar presente en aquel lugar, hermoso, puro, pero que al mismo tiempo la hacía prisionera de un irremediable futuro. Casarse con alguien a quien ella no amase.

Por primera vez, un apuesto joven llamó su atención.

Parecía distante a todo el mundo, distante incluso de su propia madre, quien sonreía a su lado mientras saludaba a gente importante. Grandes adinerados de alto prestigio. Sus miradas se encontraron durante un leve segundo. Sus ojos azules eran fríos, reservaban todos sus más ocultos secretos. Su cabello castaño oscuro caía a ambos lados de su rostro, peinado, pero al mismo tiempo algo alborotado. Su boca se mantenía en una curva perfecta, la curva de la indiferencia, del estar por estar, sin nada que buscar y menos aún, algo que encontrar.

- ¡¡Johann, Johann!! Oh, dios mío. Ha sido increíble. ¿Me has visto? - su prima Julie la arrastraba del brazo, mientras aquel apuesto caballero desaparecía de su campo de visión. - Johann, te estoy hablando. - le gritaba entre el bullicio de la gente.



- Lo siento, de verdad. Sí, tu pareja te ha condecorado con la mirada. Parece muy agradable. Ya sabes lo que tienes que hacer. - le respondió entre risas, algo avergonzada tras haber estado distraída con aquel hombre de perturbadora presencia.

De regreso a casa, Julie no cesó de alagar ni tan solo un minuto a su pareja de baile durante aquella noche. Por su cabeza solo aparecía la pregunta de si volvería a verle alguna vez. En cambio, Johanna, asimilaba que jamás volvería a ver a aquel hombre que con tan solo una simple mirada, sin llegar a entender muy bien el porqué, la había hecho ruborizar.

Su tía, Caddie, callaba su alboroto interior al ver que su preciada hija iba haciéndose poco a poco, un hueco en la sociedad.






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